jueves, 28 de abril de 2016

Salvado por la campana

Tú. Si, tú. Se que me estás leyendo. ¿Te crees que no veo el brillo de la pantalla en tus ojos? Pues eso, soy un mensaje interactivo. Como dice mi nombre, soy un texto Juan Palomo. Si, yo me lo guiso y yo me lo como. Estas leyendo una conversación que bien podría venir de tu imagen en el espejo pero no. Hoy me he propuesto hacerte reír

No se que hora es, eso depende del momento del día en que me leas y desde que país me leas. ¿Te sorprende que podamos interactuar? Pues es muy sencillo. Si me estás leyendo puede ser por tres motivos. Me has encontrado de casualidad, estas en un estado de aburrimiento digno de la mejor clase de filosofía un lunes a las 8 de la mañana o las dos anteriores conjugadas. ¿Ves? Tu también sabes lo aburridas que son las clases de filosofía. Te has reído.

Bueno, vale... tampoco es para tanto. Las anécdotas de clase ya las comentamos en otro momento. ¿Te acuerdas de cuando creías que escondiendo la tiza los profes no podían dar clase? Luego, sacaban un estuche y siempre tenían un trozo por minúsculo que fuera y lo apuraban hasta dejarse las uñas en el encerado. Hoy en día sería como si nos creyésemos que si desenchufamos la pizarra digital no podrían dar clase. Sacan lo que les queda de tiza y siguen.

Ahora que me acuerdo, ¿Quién tuvo la idea de hacer aquello con el extintor? La reprimenda que nos cayó a todos por dejar todo ese trozo del instituto lleno de polvo. Creo que es de las pocas veces que no pudieron saber quién se portó mal.

¿Qué me dices? ¿Te acuerdas del regalo que le dejamos a la sustituta en el cajón? Ya, si tienes razón, les hemos dejado tantas sorpresas que entre iguanas, ratones, serpientes de mentira...

¿Te acuerdas de alguna otra? Dímela y así nos reímos todos que no me acuerdo de todas las trastadas que hicimos.

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