miércoles, 4 de mayo de 2016

Cosas de la vida

Como cada día me despierto en mi cama. No se porqué pero hoy es diferente. Me siento bien, descansado y listo para lo que el día me depare. Hace un día soleado y una leve brisa que atempera la mañana. Se oye el canto de los pájaros. Me quedo un rato más en la cama, aunque esté eufórico, quiero dormir un rato más. Y no, no tengo nada que hacer. Es lo que tiene estar de vacaciones. Pongo música en mi móvil y suenan los incombustibles Acca Dacca. Dinamitan mi sueño y ya me levanto. Me miro en el espejo del baño. Algo no va bien. Ese no soy yo. ¿Quién es ese viejo que hay ahí? No puede ser. Ya empiezo a sentirme mal. Veo arrugas en mi cara, algunas canas que asoman dispersadas, bolsas en los ojos. ¿Qué me ha pasado? Me afeito, paso litros de agua fría por mi cara y así despertarme de esta pesadilla. Sin el pelo que cubría mis facciones me parezco más a mi propio yo, me doy un aire a mi mismo pero eso, sólo un aire. Desayuno algo de fruta y unas tostadas. Salgo a la calle esperando que alguien me pregunte el porqué de ese repentino cambio en mi anatomía. Me cruzo con gente conocida que me saluda como siempre. Nadie se extraña y eso me desconcierta. Mi cuerpo parece recorrer el ciclo de la vida a una velocidad muy superior a la de mi ser interior. Algo asustado entro a la cafetería a la que voy habitualmente y como si no pasara nada. Pago el café y me voy. Necesito pensar. Está claro que ese aspecto no ha aparecido ahí de la noche a la mañana. Pero si la forma en la que me veo. Me siento joven, con ganas de comerme el mundo pero mi cuerpo se marchita.

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