martes, 3 de mayo de 2016

Aguas calientes

Entro en casa, oigo el agua cayendo en la bañera. Dejo la maleta sobre el sofá y la chaqueta en una de las sillas del comedor. Creo que no me has oido llegar. Me asomo por la pequeña abertura de la puerta. Te veo. Me excito. Ahí  está tu pequeño y hermoso cuerpo. Estás de espaldas a mi y la luna tatuada en tu hombro me saluda. Tu cabello es una cascada sobre tu espalda. Te voy devorando con la mirada. Empiezo a quitarme la ropa. Te giras. La oscuridad protege mi guarida tras la puerta. Cada día me asombro más con tu físico. Tienes el mismo cuerpo que cuando te conocí. Parece mentira que hayan pasado veinte años. El agua cae sobre tus enhiestos pechos. Los acaricias, juegas con tus oscuros pezones. Una mano sobre cada uno. Me cuesta contenerme. Me abalanzaría sobre ti. Dejo que disfrutes. Tu cara es de un gran placer. Tienes los ojos cerrados y la boca entre abierta como si no quisieras dejar escapar ese gemido que salió tímidamente. Vuelves a girarte, coges la alcachofa de la ducha y diriges el potente chorro hacia la zona prohibida. Mientras el agua acaricia, tu mano derecha reta a tu clítoris a un pulso. Ambos están en un tira y afloja demencial y tu te preparas para la victoria de tu mano. Tu espalda se apoya en la pared para luego arquearse por semejante placer. Te tiemblan las piernas. El botón inundó todo con su sangre y certificó la batalla perdida. Mi mano hacía tiempo que acariciaba mi miembro con suavidad, como para frenarlo y disfrutar de tu visión. Te pones con la cara pegada a la pared y el chorro de agua golpea tu espalda. Me apodero de mi coraje y entro. Si me viste has sabido disimular. Directamente mis manos van a tus pechos para atraerte hacia mi. Con ese movimiento mi hombría quedó encajada entre tus mofletes. Te beso por el cuello, no haces nada por evitarlo y empiezas a gemir. Mis pulgares hacen pinza en tus pezones y no puedes contener ese gemido gutural. Te gusta que te tenga así de sumisa. Noto en mi virilidad las humedades de tu cueva. Te giro mientras me arrodillo y comienzo a beber de tu fuente. Me recibes con un gemido fuerte y a los pocos segundos arqueas tu espalda oprimiendo mi cabeza contra tu ser. Acabas de llegar al éxtasis. Me levanto y tienes esa sonrisa pícara que tanto me gusta. Incita al pecado. Aprovecho la calentura del momento para fluir dentro de ti como si un cuchillo caliente atravesara mantequilla. Salvaje, primario. Inundé tu interior mientras nos fusionamos en una sola alma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario